El verdadero Perú

Nuestro columnista analizó la cinta nacional ‘Sigo siendo’ del director Javier Corcuera.

Redaccion Trome

Este Búho tuvo que romper costumbres para ver la película del peruano Javier Corcuera, ‘Sigo siendo’. A la 1: 45 de la tarde ingresé al cine para después salir disparado a la Redacción. No me arrepiento. No por nada el eslogan de este documental reza ‘La música te hace vibrar por dentro’. Estando en el cine, estremecido por los hermosos ritmos de la costa, sierra y selva del Perú, comparé mi situación con la que viví hace años sentado con Zoraida en el cine ‘Pacífico’ mirando un documental que haría historia, ‘Buena vista social club’. Allí el gran guitarrista Ry Cooder rescata en La Habana, del túnel del tiempo y el olvido, a viejas glorias de la música cubana como Compay Segundo, Ibrahim Ferrer u Omara Portuondo. Tal vez, es Máximo Damián, el mítico violinista amigo de José María Arguedas, el que por momentos con su historia de vida y la de su relación con el escritor, nos introduce a la parte más sabrosa del documental: El viaje que hace el violinista para rendirle homenaje a su gran amigo, el inmenso Amador Ballumbrosio, sí, el fiel acompañante de Miki González.

Máximo cuenta en quechua que antaño viajaba de la sierra a El Carmen, a las fiestas del pueblo y tocaba el violín, mientras el gran Amador zapateaba. Sus hijos y sus amigos lo evocan para terminar en una alucinante romería a ritmo de zapateo y violín para rendirle honores. En el cine parecía que había temblor, porque sin querer todos nos uníamos al zapateo final, en el que se ve un video antiquísimo del mismísimo don Amador bailando en su juventud.

Al principio nos presentaron la misteriosa selva, en la voz de Roni Wano, después la costa rural en El Carmen. Luego una combi nos deposita a un típico pueblecito serrano. Con Máximo Damián llegamos a la hacienda donde vivió José María Arguedas. Castigada por el abandono y los recuerdos poco gratos del escritor. Pero las tristes y hermosas melodías serranas conmueven. Son las voces de Magaly Solier, Sila Illanes, la danzante de tijeras ‘Palomita’, acompañadas nada menos que del eximio guitarrista Raúl García, el charanguista Jaime Guardia, llegados desde Europa para evocar al autor de ‘Los ríos profundos’. Una plaza del pueblo llena de sencillas comuneras y niños chaposos son testigos de ese concierto épico. Y luego la cámara se traslada a Lima, la criolla, la auténtica. Donde se recorre los callejones, las peñas, los cerros que son el techo de la ciudad, y emerge el recuerdo de grandes criollos como Felipe Pinglo, La Valentina y la gran Chabuca Granda. Desde el ‘Juanito’, el ‘Queirolo’, la ‘Quinta Heeren’, Barranco, vemos jaranas que pasarán a la historia y quedarán felizmente grabadas como no lo fueron las de Chabuca.

Señores músicos como Félix Casaverde, el gran Carlos Hayre, son parte del grupo de lujo que no solo nos cuentan sus vivencias, sino acompañan a cantantes de la talla de Susana Baca, Rosita Guzmán y, sobre todo, a ese torbellino llamado Sara Van en su interpretación del ‘Cardo y ceniza’ que nos erizó la piel.

Este documental ganó y ganará varios premios en el extranjero. Pero el mejor regalo para el director, músicos y productores es que lo vean en el cine la mayoría de peruanos. Porque lo que allí vemos y oímos es el verdadero Perú. Apago el televisor.