‘El Búho’ playero

‘El Búho’ comenta sus experiencias en las playas del Callao y de otras partes.

Por: Redacción Trome.pe

Este Búho es un apasionado del mar. Hace una semana regresé al Callao después de tiempo, y me di un paseo inolvidable por las Islas Palomino. En un catamarán de lujo, con refrigerio y refrescos a bordo. Me costó mis dolaritos, pero valió la pena. Pero no siempre pude llegar al Callao en un bus espectacular que nos recogió en el Parque Kennedy. Nunca olvido mis raíces y me alegro, porque para mí esos fueron mis años maravillosos. La felicidad no era como piensan los adultos, que la da el dinero. Para mí, la felicidad, a mis 10 años, era tomar los ómnibus, el ‘lorito’ o el Santoyo-La Punta, en la avenida Colonial, que nos llevaba desde la mítica Unidad Mirones hasta La Punta.

Ahora de adulto, estoy convencido que no podría vivir en una ciudad como México o Madrid por más bellas que sean. Están muy lejos del mar. Preferiría, mil veces, Barcelona o Veracruz. Cuando estuve en San José de Costa Rica sufrí, pese a que conseguí un amigo que tenía un restaurante peruano, que me preparaba un cebiche de lenguado, que increíblemente era barato en el mercado. Con ají limo y limón peruano, y un seco con frijoles, una papa rellena o un lomo saltado, pero me deprimía porque no había mar, ni siquiera un río. Me desesperaba y todos los fines de semana viajaba tres horas para llegar a las paradisíacas playas del Pacífico, y siete horas si quería irme a las del Caribe, al Puerto Limón, donde parecía que estabas en Jamaica.

Unas morochas espectaculares, música reggae, bellas turistas anglosajonas ávidas de aventuras. Pero no olvido mis playas de niño, como Cantolao y La Punta. Nos bajábamos en el jirón Arrieta, el mejor lugar de Cantolao. La playa era de piedras redonditas y pequeñas. Era una piscina, no había olas, solo tumbos, pero tenías que saber llevar la corriente porque te jalaba. Su principal característica, que hace insoportable a aquellos visitantes que nunca han ingresado a sus aguas, es que son heladas, peor que una mujer frígida. Cuando crecimos nos arriesgábamos y nos metíamos al viejo y oxidado muelle, y nos lanzábamos de una altura de cuatro metros de cabeza al mar. Era toda una experiencia peligrosa. Tenías que calcular que llegue el tumbo y tirarte justo cuando el mar está hondo, son solo segundos, porque si calculabas mal, y te tirabas a destiempo, desde cuatro metros a una profundidad de un metro y medio, te dabas de cara con las piedras, como le pasó a nuestro amigo Jaime ‘Boquita’ Carrasco, que perdió varios dientes. Cantolao era democrático.

Blanquitos, trigueños, cholitos y zambitos tirados en las piedras disfrutando la playa. A veces también íbamos a la popular ‘Arenilla’, de aguas estancadas, adonde la gente llegaba de los barrios populares chalacos con ollones de tallarines o el clásico arroz con pollo y papa a la huancaína. Pero no nos bañábamos en la ‘Arenilla’, sino al fondo de la laguna, por el lado de La Punta, donde se había formado una playa limpia y mansita, a la que bautizaron como ‘La isla de Gilligan’. Costaba llegar a ella, saltando las tremendas rocas, pero valía la pena. Era increíble, escuchabas esa voz de robot del vendedor más famoso del balneario, el que anunciaba por todas las playas chalacas: ‘Papa rellena-papa rellena-papa rellena’. Solo esas palabras las ocho o diez horas en que recorría la playa.

Hoy me encuentro con mis patas de Mirones y nadie lo olvida. En la parte honda de la ‘Arenilla’ buceábamos y sacábamos del fangoso fondo lombrices. Con nuestro cordel poníamos nuestra carnada y pescábamos unos pececitos espinosos, pero muy ricos, que la mamá del finadito Miki Yufra sí, el sobrino del ‘Chino’ de la televisión nos freía en su casa con mucho cariño. Ahora viajo muy seguido a Paracas, porque a mi hija le gusta pasearse en cuatrimotos por las pampas y en tubular en las dunas, y a mí me agrada su mar plácido. Cuando miro el mar celeste y un pelícano descansando en el agua ajeno a todo, pienso en lo que decía el gran poeta Pablo Neruda: ‘Nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos’. Apago el televisor.

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