Pancholón y el cano
El Chato Matta cuenta su afición por Cano Estremera
Por: Redacción Trome.pe
El Chato Matta llegó al restaurante por un sabroso picante de mondongo y su jarra de chicha morada. “María, me timbró mi hermano Pancholón. ‘Chato, baja volando donde Felipe. Chotillo me acaba de contar que el Cano Estremera, mi hermano, el gran sonero puertorriqueño está en Lima para tocar en Los Olivos. Te esperamos para ir a comprarle una corbata rosadita para llevársela al hotel, porque es fanático del Sport Boys’. Llegué y Panchito escuchaba por milésima vez la canción que hizo inmortal a El Cano: ‘La boda de ella’. ‘Chato, salud por el sonero. En seguida se puso a contar una anécdota sabrosa que tuvo con el salsero. ‘Chato, una vez, el puertorriqueño me llamó por teléfono: ‘Pancholón, mi hermano del alma. Estoy con mi novia peruana y una amiga. Quiero hacerla linda, pero en un sitio bien caleta con bastante sabooooorrrrr. Panchito, la amiga de mi hermosura quiere conocerte. Ya le dije que eres bravo de bravos y quiere que la pasees en tu camioneta por la Costa Verde. Tú me entiendes, chico’. Clic. María, llegué y vi al salsero que abrazaba a un mujerón. Yo creía que era Dorita, la novia del flaco Luiggi, pero esta era más alta, de ojos claros y un cuerpazo. El ‘Cano’ la tenía bien apachurradita. Me molesté para mis adentros, porque el material que me trajo estaba en menos de tres puntos. Era una gorda con bigotes. Se acercó y gritó: Panchito, no te me corras, emperadorrrrrrr’. Miraba al bombón del Cano y me relamía los labios. Felipe me decía: ‘Pancho, tranquilo.
El Cano es tu hermano y Aracely es su cuerito limeño. Embobado, no me aguanté y grité: ¡¡Aracely, te voy a narrar un partido histórico de Perú. ‘Toca la pelota Cubillas, la alarga a Cueto, un taquito para Oblitas. Elude a Masson, otra vez Cueto, pared y gooolllllllllll, mamá míaaaaaaa’. Ella me miraba emocionada. Me acerqué y le besé la mano. ‘El Perú-Escocia para ti reina de reinas’. Aracely se reía. El Cano se mataba de risa. ‘Panchito, ¿por qué eres tan partidor?’, me dijo y se mató de risa. Yo empecé a servirle vasos llenos al maestro, pero fue de manera inconsciente, no a propósito como algún maletero dijo en el Callao, donde un zapato roto corrió la voz que lo quería emborrachar al Cano ya picadito. El sonero me dedicó unas estrofas: ‘Pregúntele a Pancholón/que tiene razón/aunque no tenga testigosssss…’. Chato, allí me di cuenta que el salsero estaba a punto de caerse de mareado y lo llevé al sillón. Se quedó privado. Esa noche, Felipe llevó al Cano a su hotel y yo tuve que llevar a Aracely a su casa. Pero primero dejamos a la mostra de su amiga. Cuando iba a enrumbar a Puente Piedra, la muchacha me dijo que le invitara un caldo de gallina. Allí se me prendió el foquito. ‘En La Posada venden el mejor caldo de Lima’, dije. Aracely me miró con ojos pícaros. ‘Pancho, si en ese hotel solo venden cerveza, vino, ron y papitas Lay’s. Compra dos caldos en la Universitaria y lo llevamos al hotel. Quiero que en la cama me narres otro partidito, pero el que vas a jugar conmigo, ja, ja’. Chato, la flaca se mandó sola. ‘No tengas remordimientos. El Cano no es celoso y yo soy una de sus cuatro novias peruanas’”. Pucha, ese señor Pancholón no respeta nada, ni a sus amigos ni a los grandes soneros. Me voy, cuídense.