El chato y la suiza

El fotógrafo Gary nos cuenta una historia del Chato Matta.

Redaccion Trome

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El Chato Matta también tiene grandes historias. El otro día llegó al restaurante por un arroz chaufa de mariscos. Se pidió una cervecita helada y me comenzó a contar una de sus aventuras del pasado. “María, ahora que los gringos han agarrado la moda de calatearse en Machu Picchu, se me vienen a la mente los viajes que hice al Cusco. Cuando estaba estudiando en el instituto, hace más de veinte años, me gané en un concurso un vuelo ida y vuelta a la hermosa Ciudad Imperial. Me pareció una experiencia alucinante. Con mis patas Caníbal y Chilo, frecuentábamos los ‘huecos’ hippies como el ‘Abraxas’ o las discotecas como el ‘Muqui’. No había, como ahora, restaurantes ‘cinco tenedores’ ni hoteles lujosos.

Eran alojamientos para mochileros y turistas de aventura. Nada que ver con los extraordinarios hoteles cinco estrellas de ahora. Pasamos días inolvidables, pero tenía que partir, pues mi enamorada Dana me lanzó un ultimátum: O te regresas ahorita mismo o termino contigo. Tomé el bus. Allí, entre paisanitas y recios viajeros, había solo una turista. Una mochilera de ojos azules como el cielo cusqueño, Berna, 25 años de duras jornadas mochileras por Brasil, Paraguay, Bolivia y ahora en Perú. Se sentó a mi lado y no paramos de conversar. Yo tenía 19 abriles y era inocente.

La suiza me miraba como el gato al ratón. Pero a las 6 de la tarde, justo cuando llegábamos a Abancaycito, por una gigantesca bajada, al ómnibus se le vaciaron los frenos. ¡Solo la pericia del chofer nos salvó de desbarrancarnos! En el local de la empresa nos dijeron: ‘Vamos a traer un repuesto de Cusco, ya no podremos salir hasta mañana. Quédense a dormir en el carro nomás’. Era de noche y con la gringa compartía una botella de ron. Ya picada, me dijo: ‘No pienso dormir como animal, vamos al hotel’. ‘No tengo plata’, le respondí. ‘No te preocupes, sígueme’. Me llevó al mejor hotel de la ciudad, pero me pareció raro cuando pidió una cama matrimonial.

Al ingresar, ella se fue a bañar y yo me acomodé en un sofá. Cuando salió, me dijo: ‘Ven, chiquillo. Tú no te bañes, quiero sentir tu olor’. Apagó las luces y me tiró en la cama. Me devoró, gritando cosas en su idioma. Me parecía que me decía cochinadas, pero me gustaron. La gringa pedía más y yo, joven y sano, tenía cuerda para rato. Al final, se quedó dormida. Al día siguiente, cuando el carro estaba operativo, salimos del hotel corriendo para no pagar. Cuando yo pensé, todo sanazo, que era mi enamorada, pasó una camioneta jeep, ella le hizo una seña coquetona al chofer y este paró en seco y se la llevó. ‘Ese es el hacendado’, dijo un jornalero que pasaba por el lugar.

‘Es millonario y mujeriego. La gringa se dobló’, subrayó. Ella me gritó: ‘¡En Lima, te voy a buscar a tu instituto!’ Yo la esperé una semana, dos y nada. Me había golpeado el bobo, pero después, con la compañía de Dana, volví a ser el mismo de antes. Solo recuerdo que llegué a Lima en ¡¡cuatro inolvidables días!!’ Pucha, ese Chato se pasa de mujeriego. Desde jovencito le gustaba hacer cositas como a su amigo Pancholón. Me voy, cuídense.b