Grandes escritores borrachos y la novela de Carlos Mayoral

Nuestro columnista hace una reflexión sobre la novela de Carlos Mayoral.

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El Búho

Este Búho es consciente de la relación estrecha entre algunos grandes escritores y el alcohol. Célebres novelistas navegaron durante toda su vida por los mares procelosos del vino, vodka, cerveza, ron o el coñac. Anécdotas hay miles. Pero el filólogo español Carlos Mayoral, famoso tuitero, conocido como ‘La voz de Larra’, decidió escribir una novela que vaya más allá de los relatos de hechos curiosos, algunos trillados y repetidos tantas veces.

Se propuso componer una obra que, tomando también historias recogidas de artículos y ensayos sobre estos escritores, pudiera articularlos en una novela a la que enriquece con ficción, colocando a ‘pesos pesados’ de la literatura norteamericana como personajes.

En el libro, que se llama ‘Etílico’, escoge a cinco escritores norteamericanos que han tenido ese tormentoso romance con el licor. De ellos, al menos cuatro merecían estar en dicha lista porque, como definía Alfredo Bryce Echenique, “no son alcohólicos anónimos, sino borrachos conocidos”.

El primero, el autor de ‘El pozo y el péndulo’, el inolvidable Edgar Allan Poe, quien fue hallado muerto alcoholizado y con ‘delírium trémens’, tirado en una calle de Baltimore, con ropa que no era suya. Murió a los 40 años y Julio Cortázar, admirador y profundo estudioso de su obra, señala que sus últimas palabras fueron: “Que Dios se apiade de mi pobre alma”. Poe llevó una vida llena de frustraciones, tal vez la peor fue la muerte prematura de su prima y esposa, Virgina, con quien se casó cuando ella tenía trece años. Tras su muerte por tuberculosis, el gran cuentista aceleró su carrera de bebedor.

Otro escogido, el autor de ese novelón llamado ‘El gran Gatsby’, Scott Fitzgerald, junto al inmenso Premio Nobel, autor de ‘Adiós a las armas’, Ernest Hemingway, quien saboreó litros de pisco en el pueblo de Cabo Blanco, en Piura, mientras cazaba merlines. A diferencia de Bukowski, Ernest según el autor aseguraba que ‘escribía borracho, pero editaba sobrio’.

Otro infaltable, el padre del ‘realismo sucio’, Charles Bukowski, el autor de ‘Mujeres’, sostenía muy suelto de huesos: “Me emborracho para escribir y luego me emborracho para corregir lo que escribí borracho”. Fue consecuente hasta en su muerte. Durante su entierro falleció de leucemia, en California, el actor Sean Penn, amigo y admirador del ‘viejo indecente’, vació una botella entera de whisky para que ‘Hank’ se vaya entonado a presentarle sus respetos a Satanás.

El quinto personaje extrañó a muchos porque si bien es una escritora de culto para las nuevas generaciones, sobre todo de mujeres lectoras, a ella se le relacionaba más con el consumo de barbitúricos. Inclusive reveló que, de adolescente, intentó suicidarse con pastillas escondiéndose en un altillo y la encontraron a los dos días agonizando, pero lograron salvarle la vida.

Años más tarde ya no pudieron salvar a la gran poeta Sylvia Plath, quien se suicidó colocando su cabeza en el horno a gas, después de haber dejado servido el desayuno a sus dos hijos pequeñitos. “El vodka no sabía a nada, pero bajaba directamente hacia mi estómago, como la espada de un tragasables, y me hacía sentir poderosa, semejante a un Dios”, escribió la poeta en su única novela, ‘La campana de cristal’. Según el narrador español, padre de esta criatura, “la figura del escritor borracho ha perdido autenticidad.

Los escritores de antes, como Poe, por ejemplo, pasaban angustias económicas y pensaban que iban a morir pobres, y el alcohol compensaba estas carencias”. Hoy “los escritores son más conocidos, son manejados por industrias editoriales y son vistos más ‘como un producto’”. “No me interesa el alcohol como fin afirma Mayoral, es decir, no me interesa la parte exhibicionista. Me interesa de qué manera les afectaba a ellos, como medio de supervivencia y cómo les influía a la hora de escribir, de enfocar su literatura”. Scott Fitzgerald, por ejemplo, tuvo que trabajar casi a destajo, escribiendo guiones en Hollywood, para poder mantener a su esposa Zelda, la también escritora, internada en un manicomio. El libro ha causado tremenda expectativa. Creo que muy pronto ya no solo se venderá en librerías, sino también en bares, como el ‘Queirolo’ o el ‘Juanito’. Apago el televisor.

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