Hasta siempre, Don Óscar

Nuestro columnista recuerda a Óscar Avilés

Redaccion Trome

Este Búho escribe con el corazón dolido por el maestro Óscar Avilés Arcos. Si me dieran a elegir cinco nombres de PERUANOS, así, con mayúsculas, uno de ellos sería Óscar Avilés. Otro, Mario Vargas Llosa. Los otros tres nombres son para la polémica, pero el músico y el escritor no. A Avilés lo tengo en la memoria desde niño. Ingreso al túnel del tiempo. 1970. De chibolo, en la mítica Unidad Vecinal Mirones. Nítidamente recuerdo que la familia Linares, proveniente del barrio de Chacaritas, en el Callao, y fundadores del recordado club Huracán, tenía uno de los mejores ‘sapos electrónicos’ de Lima, ‘Don José’. Allí vendían ‘chelas’, se jugaba sapo y se podían saborear las mejores pancitas y anticuchos. Justamente, Carlos y Jorge ‘Pancita’ Linares eran mis amigos y parábamos viendo cómo los grandes se emborrachaban, jugaban sapo y ponían discos en la clásica ‘rocola’. Era una ‘rocola democrática’, pero reinaba la música criolla de Los Morochucos de Óscar Avilés junto a Lucha Reyes.

En ninguna casa de los edificios o chalets faltaba un disco de música criolla. Los sábados en ‘Perú 72’, programa ómnibus de Panamericana, a las 7 de la noche, don Óscar era presentado como ‘La primera guitarra del Perú’. Allí ejecutaba con devoción ‘Cuando llora mi guitarra’. Hace poco en la Redacción, una voz de mujer sonó en el fono: ‘Señor Búho, le mando un texto a su correo. Espero que lo analice y me dé su opinión. Clic’. Era una crónica hermosa sobre una conversación con Óscar Avilés, en una peña, escrita por una jovencita de 20 abriles, Diana Castro, de piel canela como la canción de Chabuca Granda. El maestro se había sentado con ella en la legendaria peña ‘Giuffra’, de La Victoria (porque fue chalaco de nacimiento, pero hijo adoptivo de La Victoria). Allí abrió su corazón criollo. Era un bohemio como buen jaranero. Pícaro, piropeador ante la belleza femenina. ‘Yo no me enfermo y vivo tantos años confesó, porque en el Callao de niño todos los días comíamos bonito’. Una vez lo abordé en una peña peruana en Santiago de Chile. Allí me contó cómo hicieron, cuando estaban en el Estadio Nacional de Santiago, con Polo Campos y el ‘Zambo’ Cavero, durante el partido Chile–Perú por las eliminatorias del mundial en 1977, para tocar la guitarra. ‘Sobrino, sentí un lamento. ¡Estaban penando! En ese estadio torturaron y mataron a muchos presos políticos. Los jugadores se asustaron. Entonces yo grité: ¡Qué viva el Perú, carajo. Con fantasmas o sin fantasmas, empatamos! Y rasgué mi guitarra para cantar ‘Contigo Perú’. Estábamos perdiendo 1-0 y los jugadores salieron como leones y empatamos con un golazo de J.J. Muñante. Salud’. Y brindamos con pisco Biondi. Son las satisfacciones del periodista que nos permite conocer a hombres gigantes como Don Óscar. Siempre se identificó con nuestra bandera. Roja y blanca. En los últimos tiempos, sacó fuerzas para ir a la Videna a cantarles a los seleccionados. A inyectarles patriotismo. Hay duelo en el Callao. En la peña ‘Giuffra’, doña Carmen Olcay derramará lágrimas como buena chalaca y amiga del guitarrista. Como ella, todo el Perú. Se están yendo los símbolos. Los hombres que cantaron a un país y a su gente. Nos van dejando huérfanos. Tenemos todo el derecho a llorarlos, porque como ellos no vendrá nadie en el futuro. Y es una pena. Apago el televisor.