Norman Mailer y 'Los hombres duros no bailan': escribe El Búho

Nuestro columnista habla sobre el escritor Norman Mailer.

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Literatura

Este Búho siempre ha reconocido su predilección por los escritores norteamericanos como Truman Capote , Ernest Hemingway, Scott Fitzgerald, Charles Bukowski y Norman Mailer . Pero nadie tan combativo y contestatario como este último, el judío graduado en Harvard, autor de la extraordinaria ‘Los desnudos y los muertos’. Su primera novela escrita a los veinticinco años, un terrible testimonio sobre su participación en la Segunda Guerra Mundial. La crítica la calificó como ‘la mejor novela norteamericana sobre la guerra’ y fue comparado con Hemingway y Tolstói. Luego vendrían ‘La canción del verdugo’ y ‘El parque de los ciervos’, donde retrata magistralmente ese mundo irreal llamado Hollywood.

Al margen de sus extraordinarios reportajes periodísticos escritos con tanta calidad, que terminaron como libros de culto y le hicieron ganar el Premio Pulitzer. Pero en 1984, Mailer sorprendió al presentar su novela ‘Los hombres duros no bailan’. Allí se aleja de las temáticas no ficción de sus más aclamadas obras, para escribir un libro que se acerca a la novela negra, pero que va más allá y nos presenta al mejor Mailer, cuestionando ese estilo de vida americano, filosofando sobre los aspectos más íntimos y recónditos de los seres humanos en una sociedad no hecha para perdedores. ‘Los hombres duros no bailan’ nos muestra a uno de estos seres, Tim Madden. Un escritor fracasado, un convicto por tráfico de drogas y alcohólico, que recala en el pueblito de Provincetown, un balneario de verano con una linda playa donde familias de todo tipo llegan a vacacionar, pero en invierno es casi un pueblo fantasma, donde todo gira alrededor del bar y donde los personajes, sombras llenas de defectos, pululan alcoholizándose o buscando sexo en cualquiera de sus vertientes. Para colmo, Madden está casado con una rubia millonaria drogadicta, que paga la casa. Todo el pueblo lo quiere ‘partir’, ella lo engaña, pero sobre todo lo humilla, porque para eso se casó con él, para maltratarlo. Tim solo encuentra la paz en el trago, el Bourbon, también en su ‘escondite’, un hoyo bajo un árbol donde tiene una bolsa de marihuana de la mejor calidad y en el que fuma a escondidas, y en el proyecto de su futura novela que nunca termina. Pero más puede el alcohol, sobre todo después que su mujer lo abandona. Un día se levanta de la cama totalmente resaqueado. Se va al baño y ve que tiene sangre por todos lados ¡¡y en su hombro han tatuado el nombre de una mujer!!

Coge su coche y lo ve lleno de sangre que no es suya. Llega a su ‘escondite’ a sacar la marihuana para fumar y mitigar su angustia y en la bolsa no encuentra hierba ¡¡sino la cabeza de una mujer rubia con el rostro irreconocible!! Nos encontramos de lleno con un thriller alucinante. ¿Asesinó a la mujer? ¿Quién es esa chica del nombre tatuado en su hombro? Aquí empieza el descenso de Madden por los infiernos de los perdedores, para averiguar qué pasó aquella noche, pues su mente está en blanco. Desfilan por su obra una serie de personajes retorcidos, estafadores, exboxeadores profesionales, policías siniestros, reverendos con el diablo dentro, gay disforzados, machistas cavernarios. Por algo Mailer era odiado por las feministas. Aquí Norman elabora su tesis sobre la virilidad y la homosexualidad. Hombres que duermen y salen fantasmas de la tablas del piso y les dicen con voces guturales ¡baila! y el hombre grita ‘los hombres duros no bailan’. ¡Baila, hipócrita, baila! El protagonista define su situación ante la sociedad, ante lo inexorable e incomprensible del destino con estas palabras: ‘No hay tristeza mayor que estar en todas las circunvalaciones del cerebro trastabilladas, con el torso y las extremidades agotadas, con los órganos ardientes y cargados de plomo, y el corazón rebosante de consternación debido a haber, quizás, perdido una pelea que todos decían que hubieras debido ganar’. De todos esos esperpénticos personajes se salva el padre de Madden, la otra cara de la moneda, un moralista, porque para el universo de Mailer siempre habrá alguien que esté contra la corriente. Al escritor se le aparece una exnovia despechada. ‘No llamé a Madeleine dice sino que me limité a volver a leer su nota. Decía: mi marido tiene una aventura con tu esposa. No hablemos de este asunto a no ser que estés dispuesto a matarlos a los dos’. El final es impredecible y no lo puedo revelar. Lo anecdótico es que en 1987, cuando David Lynch era aclamado por su notable película ‘Blue Velvet’, su mismo equipo, el músico Angelo Badalamenti, su musa y esposa, Isabella Rosselini, junto con Ryan O’Neal y el saxofonista negro de Bruce Springsteen, Clarence Clemons III, trabajaron en el filme ‘Los hombres duros no bailan’ ¡escrito y dirigido por Norman Mailer! Pero muchos sostenían que detrás del fogoso cineasta, además de periodista, boxeador y candidato a alcalde de Nueva York, entre otras actividades, estaba la mano del maestro Lynch. ‘Los hombres duros…’ es un buen pretexto para empezar a leer a uno de los mejores escritores del siglo pasado. Opacado por su beligerancia, por algunos negros episodios de su vida personal, como el acuchillamiento de su esposa, hija de peruano, en Nueva York, o sus múltiples matrimonios y su terquedad por llegar a ser alcalde de la ‘Gran Manzana’. Pero dentro de todo, en el combativo escritor judío habitaba un genio con sus respectivos demonios. Apago el televisor.

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