El nuevo escándalo de Ariel Bracamonte

Nuestro columnista comenta los escándalos que rodean a Ariel Bracamonte y su familia.

Redaccion Trome

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Ariel Bracamonte

Este Búho vio un reportaje dominical donde un gringo que fue pareja de Ariel Bracamonte, Lloyd Villarrubia, lo acusa de haberle contagiado el VIH intencionalmente, pues asegura que el ‘pescadito’, como lo llamaba Jaime Bayly, le mintió al decirle que había adquirido la enfermedad en el 2012, cuando Bracamonte sabía que padecía el temible mal tres años antes. El norteamericano reveló que encontró de casualidad, entre los papeles de Ariel, la prueba de Elisa. El demandante, que interpuso su caso en la Corte de Denver, Colorado, está seguro de que va a ganar ‘porque ya se aceptó su denuncia y en ese estado está penado el contagio intencional’.

El hijo de la asesinada empresaria Myriam Fefer, que trabaja como bailarín en una discoteca gay de esa ciudad, minimizó el hecho y atribuyó la demanda a un problema de ‘despecho’ porque la relacion terminó. Aunque una amiga del demandante sostuvo que Villarrubia le contó que la relación se destruyó porque Ariel, ‘una vez que consiguió la tarjeta Green Card, la de residencia, se volvió otra persona y comenzó a serle infiel y a humillarlo’. Para colocarle un alfiler más a este muñeco vudú, en el que parece haberse convertido Ariel, su propio padre Marco Bracamonte afirmó que Ariel contrajo la enfermedad en el 2009. ¡Qué lindo ejemplo de amor y solidaridad filial! Precisamente a ese punto quiero llegar.

Este columnista no va a opinar sobre este terrible caso. Yo lo que me pregunto es cómo se debe sentir en su tumba aquel hombre vigoroso y emprendedor que dejó jovencísimo su remoto pueblo polaco de Ostrowek y llegó al Peru huyendo de los horrores de la guerra, para forjar una cuantiosa fortuna en empresas inmobiliarias, viviendo en una espléndida residencia sanisidrina de la calle Paul Harris y siendo un pilar de la comunidad judía. En vez de disfrutar de su patrimonio en su vejez, avaluado en dos millones setecientos mil dólares, vivió días de tragedia cuando en 1999 acusó a su esposa Clorinda Salleres y a su propia hija, Myriam Fefer Salleres, ¡de intentar asesinarlo!

En la demanda, que llegó al Poder Judicial, el patriarca de la familia sostenía que, a sabiendas que sufría de diabetes, esposa e hija intentaron inyectarle un líquido azucarado para provocarle un coma diabético. Por esta razon, cambió su testamento y desheredó a su hija Miryam, en favor de su adolescente nieta Eva, la hermana de Ariel. Para esa época, el padre de los dos muchachos, que estudiaban en un prestigioso colegio, ya había sido expectorado del corazón y la cartera de la señora Fefer. ¿Se imaginan lo que les tocó vivir a ese par de muchachitos, en un núcleo tan conservador y a veces discriminador de las sinagogas? Porque ese escándalo fue la comidilla de los círculos sociales. ‘El dinero no da siempre la felicidad’, decía un filósofo que no metía la mano al bolsillo porque le mordían los cocodrilos, de lo misio que era. Viendo este caso, parece cierto.

La señora Fefer sufría por amores no correspondidos y hasta recurría a brujería para hacer ‘amarres’. Una revista publicó fotos y los ‘altares’ de la infortunada mujer. Destacaba la foto de un abogado y amigo de juventud, quien al principio fue calificado de sospechoso. Millonaria, reina de los casinos y sin suerte en el juego del amor, a los cincuenta años, mientras dormía sola en el dormitorio de su enorme residencia, fue cruelmente asesinada, no sin antes arañar la cara de su asesino, cuyos restos en las uñas servirían, años después, para hundirlo en prisión.

Según el informe policial, dos siluetas extrañas a la familia ingresaron a la residencia sanisidrina con sus maletas: Carlos Moscol, de 31 años, ‘amigo’ de Ariel de 17 años, y Liliana Manarelli, de 21, ‘amiga’ de Eva, de 18. Los vecinos informaron a la policía que por las noches se oía música en la residencia. Lo demás es historia conocida. Ariel acusó a su hermana de mandar a asesinar a su madre y de contratar al sicario Alejandro ‘Payaso’ Trujillo para el ‘trabajito’. Un fiscal formalizó la denuncia y fue condenada a treinta años de prisión. Pero años después, la Corte Suprema anuló la sentencia y hoy afronta un nuevo juicio. Los hermanos siguen siendo noticia, pero de nada positivo. Enrique Fefer Rotstain, el patriarca de la familia, se debe estar revolviendo en su tumba. Y luego de nueve años, Myriam Fefer tampoco descansa en paz porque la justicia no determina quién o quiénes contrataron al sicario. Apago el televisor.

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