Raymond Carver, el cuentista más importante de la segunda mitad del siglo XX

Nuestro columnista habla del estadounidense Raymond Carver, uno de los cuentistas más destacados.

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Literatura

Este Búho le tiene que agradecer a la Universidad de San Marcos y también al periodismo, el que me permitieran ampliar el pequeño sistema planetario literario de mi niñez y adolescencia, para salir a explorar a otras galaxias literarias, tras mi paso por el claustro universitario y las redacciones de diarios y revistas, donde colegas o amigos me hablaban de autores que no conocía y debía leer. En una revista, que hoy yace en el cementerio de papel, su director, Juan Carlos Tafur, no solo me brindó su amistad, sino que me prestó dos libros de Raymond Carver. Nunca dejaré de agradecerle el gesto. Eran dos volúmenes de Anagrama, de los clásicos ‘De qué hablamos cuando hablamos de amor’ (1981) y el no menos notable ‘¿Quieres hacer el favor de callarte, por favor?’ (1976). La crítica lo catalogó como el cuentista estadounidense más importante de la segunda mitad del siglo XX.

La verdad, me sorprendió sobremanera, especialmente el estilo ahora llamado ‘Carveriano’ o ‘Minimalista’. Son historias de gente sencilla, perdedores natos de pueblitos olvidados entre las montañas, todos con nombres similares. Alcohólicos, desempleados, abandonados. Historias comunes que uno va leyendo, esperando el momento en que darán un giro inesperado, un golpe de suerte o trágico, algo que trastoque esa vida tan terriblemente anodina o desgraciada, pero no sucede nada. Todo redactado con el mínimo de palabras. Hay escritores célebres de su generación, como Richard Ford, que critican su estilo. Pero la mayoría lo saluda como una innovación al lenguaje literario. Una biografía exhaustiva de Sklenicka: ‘Raymond Carver. La vida de un escritor’, nos presenta las vicisitudes del laureado cuentista. Relata que su madre, Elle Carver, cuando él tenía tres o cuatro años, lo amarraba con una correa para pasearlo por el centro, ‘porque era muy inquieto’. Los borrachos de sus cuentos tenían una vida igual a la suya. Sus pocos amigos aseguraban que Carver tomaba hasta perder el sentido de todo y aparecía en los lugares más increíbles. Nació en Oregon, en 1938, luego vivió con su familia en Yakima, Washington. A los dieciocho años se traslada a Chester, California. Un año después, junto a dos amigos, emprende un viaje de aventuras a México. En realidad era para tomarse todo el tequila del país vecino. Esa carrera lo llevaría a vivir veintiún años preso de un alcoholismo que no lo mató porque tuvo la suerte de tener a una mujer que no solo lo mantuvo económicamente, sino que lo impulsó a escribir: Maryann Carver. Vivió su propio infierno al lado del cuentista, pero cuando este dejó definitivamente el trago y le vino la bonanza económica, ya la había abandonado para pasar el fin de sus días con la poeta Tess Gallagher. Inclusive, la primera máquina de escribir se la compró ella. El ‘minimalismo carveriano’ le debe mucho a Maryann. Pero el beneficiado le pagó mal. Se casaron cuando ella tenía 17 años, estando embarazada y era una bella camarera. Toda su vida lo fue. También vendedora de enciclopedias y hasta profesora. Este libro desmitifica al escritor y deja mal al marido. Dicen que era gruñón, posesivo y, en ocasiones, agresivo. Como todo habitué de bares, siempre tenía ocasión para infidelidades. Pero no toleraba la mínima duda sobre ella. En una ocasión, cuando Maryann coqueteó con alguien luego de haber bebido un poco en una cena, en 1975, la etapa en que el escritor estaba en el pico más alto de su carrera alcohólica, ‘le pegó en la cabeza con una botella’. La esposa, pese a todo, parecía que seguía amándolo. El matrimonio, contra todo pronóstico, duró veinticinco años, e increíblemente fue esa época en la que Raymond escribió su producción más importante. Con la otra mujer de su vida, la poeta Gallagher, vivió diez años hasta su muerte. La vida puede ser muy injusta. Al conocer a Tess, Carver ya había ingresado a Alcohólicos Anónimos y se mantenía sobrio. El juicio de divorcio fue triste para Maryann, pues a regañadientes el hombre al que mantuvo para que lograra ser un célebre escritor, aceptó, contra su voluntad, pasarle una pensión, pero la dejó al margen de las ganancias de sus obras, que se dispararían después de su muerte y todo fue a manos de Gallagher. El cuentista murió en 1988 y su obra se convirtió en culto para posteriores generaciones. Apago el televisor.

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