Para el imperio romano había una forma clara de expresar el poder: la arquitectura. Y, curiosamente, mientras los griegos se preocupaban por hacer monumentos a sus dioses, a los romanos les interesaban más las obras de ingeniería civil.
Un punto importante lo marcaban aquellos lugares destinados a la celebración de espectáculos públicos como eran los teatros, los circos y los anfiteatros. Sin lugar a dudas, uno especialmente célebre fue el Coliseo Romano.
El gran anfiteatro Flavio, conocido como el coliseo por la gran estatua de Nerón que había en sus cercanías, se inauguró oficialmente en el año 80 y bajo el reinado del emperador Tito.
Tenía una planta elíptica (188 × 156 m) una altura de 57 metros y una capacidad para 50 mil espectadores.
En la arena del anfiteatro se hacían diferentes tipos de celebraciones: batallas navales, luchas entre gladiadores y juegos con fieras, un espectáculo al que denominaban con el nombre de ‘venationes’.
En ambos casos, el espectáculo duraba casi todo el día, por lo que el techo del anfiteatro disponía de una especie de toldo gigantesco que protegía del sol a los espectadores.
En los combates, los gladiadores, que normalmente eran esclavos o prisioneros, luchaban hasta morir, aunque si el público lo pedía y la máxima autoridad estaba de acuerdo, se le perdonaba la vida.
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