‘Platero y yo’ no es lo único que publicó el escritor español Juan Ramón Jiménez (1881-1958), pero tan profunda y hermosa es esta historia sobre la vida de un burro y el narrador de ese relato lírico, que el autor quedó ligado de por vida a este libro que le dio fama universal y el Premio Nobel de Literatura en 1956.
“Platero es pequeño, peludo, suave; tan blando por fuera, que se diría todo de algodón, que no lleva huesos. Solo los espejos de azabache de sus ojos son duros cual dos escarabajos de cristal negro. Lo dejo suelto y se va al prado y acaricia tibiamente, rozándolas apenas, las florecillas rosas, celestes y gualdas… Lo llamo dulcemente: ¿Platero?, y viene a mí con un trotecillo alegre, que parece que se ríe, en no sé qué cascabeleo ideal…”, se lee en el primer párrafo de la obra.
A lo largo del libro, el narrador y dueño de Platero relata cómo el animal juega con los pequeños y estos lo quieren (sobre todo una niña), a la vez que describe el paso de las estaciones y el trato a Platero como si fuera un niño, tanto así que tiene su médico (al que no llama veterinario).
Cuando lo ve cansado, se baja de su lomo. Platero es su confidente, su amigo, su compañero. Se parecen mucho y hasta el autor cree que sueñan lo mismo.
La muerte de Platero es terrible para su amo que espera encontrarlo después, cuando la muerte lo llame. “A ti Platero, que vivirás siempre, poco te importa irte. Pero ¿Y yo, Platero?”, señala con dolor al final de la obra.