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Para conocer la historia de ‘Mi Barrunto’, fuimos hasta La Victoria, para hablar con uno de sus propietarios, Augusto Sánchez.

Tengo entendido que ‘Mi Barrunto’ empezó en el comedor de la casa, ¿cómo fueron los inicios?

Mi hermano Lucho (el mayor) vio que mi mamá tenía deudas, y le pidió que le diera el comedor para vender cebiche, él no sabía cocinar, pero tenía la convicción de que quería ayudar. Sus amigos, con los que jugaba fútbol, le fiaron los insumos para que cocinara.

¿Por qué cebiche?

Porque era un plato fácil de hacer, y Lucho veía que los que ofrecían cebiche en los mercados y en las carretillas vendían un montón.

Cuentas que los inicios fueron muy difíciles…

Fueron complicados, porque mi hermano empezó solo, yo aún estaba en el colegio. Él no vendía nada y cuando mi mamá regresaba del trabajo lo veía desmotivado y triste, así que decidió ayudarlo sancochando el camote y los choclos, y cortando la cebolla. Además, me pidió que vaya en mi bicicleta por los alrededores del barrio para promocionar la leche de tigre, porque teníamos que buscar clientes.

¿Por qué ese nombre?

Ese nombre lo puso Lucho cuando estábamos en plena tertulia y escuchábamos a Héctor Lavoe, justo estaba la canción: ‘tengo yo un presentimiento, barrunto en mi corazón’. Barrunto significa, presentimiento, corazonada.

¿Cuántos clientes atienden hoy por día?

No bajan de los mil clientes, pero los fines de semana llegamos a mil 800.

Una de las características que tienen es que atienden muy rápido, ¿cómo es el control de calidad?

Es exhaustivo, tenemos un equipo en los terminales pesqueros, luego lo vemos en el local, sigue el cocinero y el cantador (el que detalla los platos).

La de ustedes es una cebichería de barrio, ¿ya se expandieron a otros puntos?

Hemos crecido hacia arriba, empezamos con una casa de 50 metros cuadrados, y ahora tenemos un local de tres pisos con 200 mesas. Aquí centralizamos las quejas, si abrimos en otros lugares perdemos el control y la identidad de la empresa, porque aquí atienden los dueños y esa es la fortaleza.

¿Qué diferencia hay entre un cebiche de ustedes con los que están en la avenida gastronómica de La Mar, en Miraflores?

El nuestro no es un cebiche, es una historia. La gente viene a saber si es verdad que salimos de acá, que hay éxito en un distrito tan complicado, si Alianza viene a comer. Los restaurantes de allá pueden ser más ricos, pero no tienen la historia que tengo yo.

¿Cómo consiguen sus insumos?

Mi hermano Lucho va a los terminales de Lima y también de los que están en todo el Perú y mi otro hermano, Jonathan, va al mercado de Santa Anita.

Qué pasa si Gastón viene y quiere comprar su marca, ¿aceptarían?

Este negocio es familiar, es de los Sánchez Aranda y uno de ellos tiene que liderarlo, que uno de nuestros hijos saque la marca al extranjero y en eso estamos apuntando a unos años más. Si le vendemos a Gastón, ya no sería lo mismo.

Ustedes tienen una relación muy cercana con los jugadores del Alianza, ¿cómo nace es vínculo?

En el 2000 vino Roberto Holsen a comer su leche de tigre después de entrenar. Le servíamos en un vaso de shop y solo teníamos 8 mesas, y un día nos trajo a todo el equipo. Les servimos en un vaso más chico y Pepe Soto nos exigió que les diéramos en un shop, y nos fuimos a fiar unos vasos. Al regresar nos prometieron que vendrían a comer siempre y se convertiría en su segunda casa, hasta el día de hoy se cumple con las nuevas generaciones.

¿Estudiaron algo para sacar adelante el negocio?

Hemos llevado capacitaciones del Estado con ‘Cebiche Imagen’ y ganamos un campeonato de cebicherías top, donde cocineros de restaurantes de primera nos enseñaron platos gourmet.

¿Cuántas personas trabajan?

Tenemos 60 colaboradores.

¿Qué consejo les daría a los que quieren tener un negocio como ustedes?

Soy producto de la perseverancia y del trabajo. El empresario es fuerte y avanza, es rebelde con su propia realidad. No se queden sentados, vayan a buscar al cliente para que prueben sus productos. No es fácil un negocio, esto es para corajudos, hay que dormir poco, yo solo duermo cinco horas, pero es un sacrificio que tengo que hacer para alcanzar mis sueños.