‘Goyo’ Martínez y Canto de Sirena

Nuestro columnista habla del escritor ‘Goyo’ Martínez.

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Literatura

Este Búho ingresa al túnel del tiempo. Era 1979. Estaba chibolo y paraba con chicas mucho mayores del patio de Letras en la Universidad San Marcos. Una de ellas era Emperatriz, guapa estudiante de Ciencias Sociales que vendía libros al crédito. Por ella leí a Borges, Cortázar, Scorza, Ribeyro, las últimas de Vargas Llosa… Pero una vez me quedé con la boca abierta. Fui de noche a la Ciudad Universitaria y vi a Emperatriz abrazada de un señor moreno, medio grueso, de lentes. No lo podía creer. Me escondí y los seguí hasta la cafetería ‘El Haití’, a la salida de Letras. Allí vi que el tío la besaba. Cuando le conté a las amigas de Emperatriz que la había visto con un señor mayor que parecía exfutbolista, se rieron. Ximena Salazar, la hija de Sebastián Salazar Bondy, me dijo: ‘Es el famoso ‘Goyo’ Martínez, escritor. Si se entera lo que hablaste, ¡se carcajea y te invita una cerveza!’ Allí nomás Emperatriz me presentó al famoso Gregorio ‘Goyo’ Martínez. Ella me regaló su libro. Al tiempo desapareció de la universidad. Nunca más la volví a ver. Creo que se casó con el escritor. Muchos años más tarde releí ‘Canto de sirena’, ya maduro. Puse, para la ocasión, la música de Miki González. Los temas de ‘A La Molina no voy más’, ‘Akundún’. La irrupción de ‘Canto de sirena’, en el año 1977, tuvo la desgracia de ocurrir en un momento crucial no solo en el mundo literario de la época. Las sociedades latinoamericanas, entre ellas la peruana, atravesaban una grave crisis política y social. Vargas Llosa lanzaba ‘La tía Julia y el escribidor’ y era criticado. Ribeyro estaba autoexiliado en Francia y continuaba ‘La palabra del mudo’. García Márquez no publicaba desde ‘El otoño del patriarca’ (1975).

Solo descollaba en esa época un poeta y promotor de libros populares, Manuel Scorza, con su desgarradora guerra silenciosa en los Andes peruanos de Cerro de Pasco, iniciada con ‘Redoble por Rancas’ (1970) y continuada con dos novelones publicados en ese año 1977: ‘El jinete insomne’ y el ‘Cantar de Agapito Robles’. La novela social estaba en su apogeo. En ese contexto, la aparición del libro de ‘Goyo’ y su mundo afroperuano de Nasca, en el mítico Cuyungo, fue para algunos una anécdota, aunque la mayoría de críticos y escritores lo saludaron con entusiasmo. Desde la carátula, el libro es impactante. Es el dibujo de la gran Tilsa Tsuchiya de una sirena, pero negra, con rulos, sin la clásica melena rubia. Ese día, al principio, muchos discutieron sobre si era una novela o un testimonio, reportaje o relato denuncia, pero lo cierto es que ‘Goyo’ utilizó todos los recursos literarios, periodísticos y antropológicos, para presentar el alucinante mundo del anciano Candelario Navarro, sobreviviente de la época de la gran hacienda que, a sus 81 años, recuerda sus proezas sexuales de semental. El viejo es un personaje de aquellos. Se describe a sí mismo como un animal sexual. Tiene una libreta donde ha consignado todos los encuentros sexuales con mujeres de Nasca, Acarí y Lima. ‘Goyo’ respeta el lenguaje de lo peones negros del lugar donde vivió de niño. El sexo juega un rol fundamental para el protagonista, que cuenta que fungía de curandero especialista en ‘amarrar maridos’, pero a sus clientas no les cobraba en soles, sino en sexo. El universo de ‘Canto de sirena’, a partir de la vida pendenciera y rebelde de Candelario, es también una abierta denuncia de un sistema de explotación contra el negro y el indio, que no se diferenciaba mucho de las épocas anteriores a Ramón Castilla. El movimiento indigenista y sus novelas denunciaron las injusticias contra los indios. Pero nadie, antes que ‘Goyo’ Martínez, le dio ese tipo de voz protagónica al negro, lenguaje, alma, sabor, música, sensualidad, fuerza, alegría, pendejada. Es una novela, seguro hay mucha ficción, pero también testimonio, retrato social, humor, descripción de un mundo donde el color de la piel marcaba tu destino y donde solo la habilidad, la picardía, podían hacer que no escucharas los temibles ‘cantos de sirena’ que enloquecían a los marineros en alta mar. Con Candelario Navarro murió el ‘pobre negrito’ en la literatura peruana. Apago el televisor.