Hace 52 años la anulación de un gol fue el presagio de la peor tragedia ocurrida en un campo de fútbol. Y ocurrió en el Perú. Nunca antes las gradas de un estadio estadio , ni un partido de once contra once, se habían convertido en un cadalso involuntario para cientos de aficionados, entre ellos muchos niños, que buscaban escapar a la calle como sea. Una cuestionada decisión arbitral y el apaleamiento desmedido a dos hinchas, que ingresaron a la cancha para golpear al árbitro, desencadenó la ira y después el suplicio de los asistentes a un cotejo internacional entre dos selecciones de fútbol. El escenario: el Estadio Nacional de Lima, Perú.

El lanzamiento de bombas lacrimógenas de la policía a las tribunas para controlar el desborde de los apasionados fanáticos fue el detonante de la desesperación en el Estadio Nacional. Desesperación por huir y que terminó con la muerte lenta de decenas de asistentes en las escaleras de un recinto deportivo con las puertas cerradas con candado. Querían salir para respirar, para vivir, pero acabaron asfixiados, tumbados en el suelo y pisoteados por la estampida humana.

Todos no pudieron regresar a sus casas esa tarde nublada y de fina garúa que cayó el 24 de mayo de 1964. Una hecatombe que dejó más de trescientos muertos y convirtió a una ciudad en un campo de batalla a menos de un año del primer gobierno del presidente Fernando Belaunde Terry. Cinco décadas después, la agonía de ese trágico e imborrable día aún sigue vigente en el corazón de los peruanos que llegaron a alentar a la selección nacional juvenil al Estadio Nacional de Lima.

El rival era la escuadra argentina y se buscaba clasificar a los Juegos Olímpicos de Tokio de aquel año. En el elenco incaico, dirigido por el brasileño Marinho Rodrigues de Oliveira, destacaban jóvenes figuras como Héctor Chumpitaz, Luis Zavala, Enrique Casaretto, Inocencio La Rosa y el chinchano Víctor ‘Kilo’ Lobatón.

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¿JUGADA PELIGROSA? EN UN DOMINGO DE LIMA

A las 3:30 de la tarde, el árbitro uruguayo Ángel Eduardo Pazos (38) dio el pitazo inicial en un escenario abarrotado en sus cuatro tribunas con más de 47 mil aficionados al grito de “¡Perú, Perú, Perú!” en el Estadio Nacional.

A esa misma hora y a pocos kilómetros, en el Campo de Marte, en Jesús María, se corría por primera vez las ‘Seis Horas Peruanas’, una emblemática carrera de autos. Los ganadores de la jornada resultaron la dupla de Percy Fox y el ahora experimentado periodista deportivo, Kike Pérez, a bordo de un auto Volvo 1800.

También, cerca de allí contraía nupcias el boxeador peruano, campeón sudamericano de los semi-pesados, Mauro Mina con Sofía Aulestia Rojas en la iglesia San José. Un día antes el gobierno declaró ilegal la huelga de la Federación de Empleados Bancarios del Perú y autorizaba a los bancos para rescindir los contratos de los empleados que no se reintegren a sus labores. Era domingo de fútbol y toda la atención estaba concentrada en el coloso de ‘José Díaz’.

Los albicelestes tomaron la iniciativa y a los 15 minutos del segundo tiempo en un córner el balón despejado débilmente por el arquero nacional Barrantes acabó en los pies del argentino Manfredi, quien de media vuelta y en primera la mandó a las redes, cerca al parante izquierdo de la portería peruana. El gol silenció a las tribunas del Estadio Nacional pero a los pocos segundos el aliento se acrecentó hasta que a diez minutos del final una pelota es peinada por Casaretto en el área rival y ‘Kilo’ Lobatón, frente al arco, tocó la redonda con la planta del pie y venció al arquero gaucho Agustín Cejas.

“¡Gooooooool!”, se escuchó de tope a tope en el Estadio Nacional y en los alrededores donde miles de hinchas se quedaron sin ingresar y dicen que fue por ellos que se cerraron las puertas.

Sin embargo, la alegría de un país se diluyó en segundos cuando el árbitro Pazos levantó el brazo y la pierna derecha, cobrando jugada peligrosa e invalidó el tanto del empate. ‘Kilo’, puntero izquierdo, pasó a la historia y todo su vida se arrepintió de haber pateado ese gol debido a las consecuencias fatales.

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“ATRAPADOS COMO RATAS”

El juego continuó, pero la euforia del gol invalidado y gritado a todo pulmón y lágrimas se convirtió en rabia y frustración. Una sed de venganza contra el juez uruguayo se comenzó a germinar en el Estadio Nacional.

De pronto, Víctor Melesio Vásquez Campos, conocido como ‘Negro Bomba’, se descolgó del alambrado y saltó a la cancha en busca del réferi con una botella rota en la mano pero es derribado por los policías de la Guardia Civil y le soltaron los perros. La multitud se enardeció ante la salvaje agresión y el descontrol se inició en las tribunas.

“Yo soy nacionalista por eso quise sonar al árbitro que anuló el gol del empate. Me dolió que anulara el gol peruano”, dijo ‘Negro Bomba’ tras ser detenido dos días después de la tragedia.

Un segundo hincha, Germán Cuenca, ingresó también al campo y fue golpeado brutalmente por los agentes con sus varas. La gente se indignó y comenzó a tirar a la cancha botellas, pedazos de maderas de las bancas, y a romper las mallas de las tribunas Norte y Oriente. El caos se apoderó y el responsable de la seguridad del estadio, comandante Jorge de Azambuja dio la orden de disparar bombas lacrimógenas.

El infierno se inició en las graderías.

La sensación de ahogo, ardor en los ojos e irritación en las vías respiratorias hicieron correr a los asistentes a las vías de escape. La masa humana se desesperó al encontrar las puertas cerradas en la tribuna norte. No pudieron avanzar más, el aire se acabó y la oscuridad de la muerte los envolvió. “Las puertas estaban cerradas y cuando quisimos salir nos vimos atrapados como ratas”, contó el sobreviviente Jaime Moncada Espinoza a un reportero del diario La Prensa.

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En la calle, el caos siguió y se produjeron saqueos, robos e incendios. Muchos vehículos fueron incinerados y volteados. La fábrica Good Year y la tienda Sears resultaron incendiadas y atacadas a pedradas. Se escucharon disparos, el ulular de las sirenas se apoderaba del centro de Lima y las estaciones radiales informaban de decenas de muertos en el interior del Estadio Nacional hasta que la policía recuperó el control en horas de la noche.

Al día siguiente la cifra oficial de muertos arrojó 328. También fallecieron tres policías y los heridos superaron los cuatro mil. Sin embargo, algunos sostuvieron que muchos más murieron en las calles, pero esos cadáveres fueron desaparecidos.

Entre los fallecidos figuraron 15 afiliados y dos hijos de uno de ellos del sindicato general de trabajadores del Mercado Mayorista. También los universitarios Noé Alva y Elías Castañeda Bustamante, cuyo entierro fue el único con discurso en el cementerio El Ángel. El avionero de la FAP Francisco Huincha (23) además de Santiago Alva (46) y sus dos hijos Federico (22) y Ernesto (24). Su otro hijo, Hugo, de 15 años, se salvó al refugiarse en la parte alta de la tribuna Norte. El 90% de víctimas falleció por asfixia y el 10% por traumatismo, informó el hospital Dos de Mayo. El gobierno decretó siete días de duelo y se suspendió las garantías constitucionales por un mes.

La Guardia Civil acusó a militantes del Partido Comunista Peruano (PCP) de haber estado detrás de los actos vandálicos. El juez instructor Benjamín Castañeda Pilopais, después de un año de investigaciones, sindicó al ministro del Interior, Juan Languasco, de ser responsable de “una siniestra conjura para avasallar al pueblo”. Sin embargo, el único sentenciado fue el comandante Azambuja tras ser condenado a 30 meses de prisión en el cuartel El Potao. Un millón de soles fueron los daños causados durante la barbarie y se prohibió la venta de bebidas en botellas en el Estadio Nacional.

La mayoría de jugadores de la selección nacional quisieron dejar el fútbol tras la catástrofe. “Después de la tragedia me fui a mi tierra, Cañete. Quería descansar y olvidarme de todo lo que pasó, pero llegaron a buscarme para que siga jugando”, confesó Héctor Chumpitaz.

PIDIÓ VER A SACERDOTE

El árbitro Ángel Pazos nunca antes fue tan repudiado en su vida y al llegar a su país solo atinó a decir “voy a quedarme en casa una semana con mi familia y después quiero ver a un sacerdote”. ¿Se sentía culpable por la tragedia que generó al anular el gol peruano? Lo cierto es que hasta el final de sus días su versión fue la misma: “no invalidé el gol porque no existió”.

El genial escritor uruguayo Eduardo Galeano escribe en su libro ‘Fútbol a Sol y Sombra’ que “silbato en boca, el árbitro sopla los vientos de la fatalidad del destino y otorga o anula los goles”. Pazos anuló un gol y se convirtió en tirano en una tarde fúnebre. Una tarde deportiva donde se vistió de verdugo y ejecutó su poder absoluto en no cobrar un gol con gestos de ópera. Un gol que ‘Kilo’ Lobatón esperó toda su vida pero se arrepintió de haberlo realizado.

“La jugada del gol se inicia conmigo. Yo estaba cerca cuando ‘Kilo’ le puso el pie y le pegó con la planta. El árbitro cobró el gol y los argentinos Cejas y Perfumo van corriendo hacia él y lo rodean. De pronto cambia su decisión y anula el tanto. Lo atarantaron y se asustó. Si no cobraba el gol no pasaba nada, pero lo cobró”, recuerda a sus 71 años el ex capitán de aquella selección peruana y ahora empresario, Luis Zavala. El ex volante de Universitario de Deportes, que se retiró del fútbol a los 25 años, también recordó a su compañero ‘Kilo’ Lobatón como un hombre humilde, disciplinado y sano.

¿Habló con ‘Kilo’ Lobatón después del gol?-pregunto
-Si claro. Sufrió un duro golpe. Le afectó lo que decían que la culpa era suya.
¿Sufrió mucho?-interrumpo.
-Sí, sufrió mucho, mucho.