El Imperio Incaico necesitó de un gobierno organizado y eficiente para administrar vastos territorios. El poder se centralizó en el inca o sapa inca (emperador), a quien se le otorgó un origen divino.
El inca era el soberano del Tahuantinsuyo (del quechua tawantin suyu o ‘las cuatro regiones o divisiones’) y residía en Cusco, la capital del imperio y centro administrativo y político.
Desde ahí, el inca contaba con la colaboración de otros funcionarios distribuidos en el territorio imperial.
El Consejo Imperial asesoraba al inca y estaba integrado por ocho personas: los gobernadores de los cuatro suyos (suyuyuq), el príncipe heredero (auqui), el sumo sacerdote (willaq uma), un amauta (hamawt’a) y el general del ejército imperial (apuskipay).
El auqui, elegido entre los hijos del inca como su sucesor por su valentía e inteligencia, era educado para gobernar por los amautas (maestros) más destacados.
Los apunchic o cápac apo eran los gobernadores regionales nombrados entre los guerreros más destacados y gozaban de atribuciones políticas y militares. Estaban sujetos a la vigilancia de los tucuy ricuy, quienes ‘todo lo ven y lo oyen’ en el imperio.
Los tucuy ricuy viajaban a las diferentes regiones para ver cómo se aplicaban las leyes y las órdenes de los incas. Viajaban de incógnitos y solo se identificaban de ser necesario, como para visitar instalaciones oficiales. También recababan tributos.
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