Conoce más sobre Carlos Augusto Salaverry

Carlos Augusto Salaverry fue el máximo representante del romanticismo en el Perú del Siglo XIX. Poeta y dramaturgo escribió ‘Cartas a un Ángel’ (1871), poemario al que pertenece su famoso ‘¡Acuérdate de mí!’.

Carlos Augusto Salaverry, descubre más sobre su obra.

Carlos Augusto Salaverry, descubre más sobre su obra.

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Literatura

Si hablamos de la corriente literaria del romanticismo en el Perú se debe mencionar a Clemente Althaus, Juan de Arona, Ricardo Palma (autor de ‘Tradiciones peruanas’) y, sobre todo, al dramaturgo y poeta Carlos Augusto Salaverry, su principal representante en el siglo XIX.

Nació en la ciudad de Sullana (región Piura), el 14 de diciembre de 1830 y fue hijo extramatrimonial de Felipe Santiago Salaverry del Solar, quien luego sería presidente del Perú entre 1835 y 1836. Fusilado su padre cuando tenía 6 años y desterrado a Chile con su familia, recién regresó a Lima cuando tenía 15 años para ingresar al Ejército. Como capitán, en 1855, publicó sus primeros versos en ‘El Heraldo de Lima’ y luego estrenó sus primeras piezas teatrales.

Destacó en la poesía. ‘Diamantes y perlas’ (1869), ‘Albores y destellos’ (1871), ‘Cartas a un ángel’ (1871) –al que pertenece el poema ‘¡Acuérdate de mí!’- y ‘Misterios de la tumba’ (1883) son sus grandes creaciones.

Entre su producción teatral tenemos a ‘Atahualpa o la conquista del Perú’ (1854) y ‘El pueblo y el tirano’ (1862).

‘Acuérdate de mí’ (FRAGMENTO)

¡Oh! cuánto tiempo silenciosa el alma
mira en redor su soledad que aumenta
como un péndulo inmóvil: ya no cuenta
las horas que se van!
No siente los minutos cadenciosos
a golpe igual del corazón que adora
aspirando la magia embriagadora
de tu amoroso afán.
Ya no late, ni siente, ni aún respira
petrificada el alma allá en lo interno;
tu cifra en mármol con buril eterno
queda grabada en mí!
Ni hay queja al labio ni a los ojos llanto,
muerto para el amor y la ventura
está en tu corazón mi sepultura
y el cadáver aquí!
En este corazón ya enmudecido
cual la ruina de un templo silencioso,
vacío, abandonado, pavoroso
sin luz y sin rumor;
Embalsamadas ondas de armonía
elevábanse a un tiempo en sus altares;
y vibraban melódicos cantares
los ecos de tu amor.
Parece ayer! …De nuestros labios mudos
el suspiro de ¡‘Adiós’ volaba al cielo,
y escondías la faz en tu pañuelo
para mejor llorar! (…)