El Búho hace un recuento de la eterna amistad entre Mario Vargas Llosa y el fallecido Javier Silva Ruete.
Este Búho agradece los e-mails enviados por lectores que comentan mi columna de ayer sobre los 50 años de “La ciudad y los perros” de Mario Vargas Llosa y se lamentan que hoy los muchachos casi no lean por estar todo el día chateando o en el Facebook. Son otras épocas.
Ahora los niños paran enclaustrados en el Internet con juegos virtuales que los mantienen como robots, incapaces de leer un libro. Justamente, leía las declaraciones de Mario Vargas Llosa respecto a la muerte de su amigo de infancia Javier Silva Ruete, varias veces ministro de Economía y senador de la República.
Se conocieron cuando ambos cursaron el quinto de primaria en el colegio Salesiano de Piura. El abuelo de Mario había regresado de Cochabamba, donde fue diplomático y lo nombraron prefecto de Piura, en el gobierno democrático de Bustamante y Rivero, antes de los años 50.
Hay tres publicaciones donde el escritor menciona a su amigo. En el cuento “Los jefes”, uno de sus primeros, donde lo ayudó a organizar una fracasada huelga infantil por exigir un horario para los exámenes finales. Ese cuento le permitió al joven Vargas Llosa ganar un viaje a París. En “La casa verde” también lo menciona como acompañante de la mancha de “Los inconquistables” al burdel piurano. Pero es en “La tía Julia y el escribidor”, donde Javier Silva Ruete adquiere un protagonismo fundamental. Una novela profundamente autobiográfica, aunque Mario diga que le metió mucha dosis de ficción.
La novela de 1977 retrata un momento crucial en la vida del escritor a sus precoces 18 años. Conoce a la cuñada boliviana de su tío Lucho, Julia Urquidi, que llega a Lima, después de un divorcio, dispuesta a conseguirse un esposo peruano con mucho dinero. Sin embargo, el universitario “Marito”, como lo llamaban, termina enamorándose de la tía Julia, en un amor escondido porque podía desencadenar una tragedia familiar debido al terrible y salvaje carácter del padre del escritor que vivía con la mamá de Mario en Estados Unidos.
El amor y la pasión de Mario por una mujer mucho mayor y experimentada se convierte en una obsesión, luego que el padre se entera de la relación y amenaza con regresar a Lima, matar a su desvariado hijo y a esa “corruptora de menores”. Mario recurre a su fiel amigo Javier, con quien siempre se encontraba en el Centro, cerca a la radio donde trabajaba el escritor. Javier estudiaba en la Católica, en ese tiempo ubicada cerca a la Plaza Francia, y escribía bellas poesías inspiradas en la prima de Mario, la flaca Nancy de la que estaba perdidamente enamorado.
Mario estudiaba Derecho en la Casona de San Marcos, en el Parque Universitario. El fiel Javier siempre lo sacaba de apuros. Pero casi le da ataque cuando Mario le dijo en tono de súplica, pero a la vez con resolución: “Ayúdame, me tengo que casar con Julia antes que venga mi padre”. Silva Ruete, en una entrevista del 2004 con Milagros Leyva, reveló por primera vez algunos detalles de ese suceso: “Efectivamente, yo lo ayudé a pesar que me parecía que estaba loco. Pero yo, por un amigo, hago cualquier cosa”.
Javier pagó el taxi que los llevó a la provincia de Grocio Prado, donde un alcalde borrachín los casó con dos agricultores como testigos. “Fue una cosa de locos ese matrimonio”, rememoró el popular “Bocaza”, como lo bautizó el semanario “Monos y monadas”, en la época en que impuso una dura -pero necesaria- política económica entre 1978 y 1980, durante el gobierno militar de Morales Bermúdez.
Pero hay una parte del libro en que narra una parte trascendental en la vida de Javier Silva Ruete. Mario recuerda que Javier tenía decenas de hojas de su gran producción poética. Pero una noche lo llamó y en un parque tiró las hojas al suelo y se dispuso a quemarlas, mientras danzaba alrededor de ellas como si fuera un apache en una fogata. Al día siguiente se matriculó en la Facultad de Economía.
Muchos lo recuerdan como un brillante ex ministro de Economía, otros como el político y ex senador. Este columnista prefiere recordarlo como Javier, el compañero de Marito en “La tía Julia y el escribidor”. El amigo fiel. Apago el televisor.